Desde siempre estuve tentado por la escritura y desde siempre me había resistido a hacerlo; quizá convencido de que ocuparme más por vivir pasaba por dejar de lado el oficio de escribir. Tampoco ayudaban unas circunstancias que jamás fueron favorables a la quietud, a la entrega, a la concentración liberada…
Todo eso cambió hace unos años, sobre 2014 o 2015. Desde entonces me ocupa, siempre que puedo, este dale que te pego a las palabras. El resultado, y no me quejo en absoluto, han sido tres novelas. Contando que esta tercera,bastante avanzada, esté rematada, según espero, antes del verano.
La primera de ellas es mi Guía para una mejor destrucción de lo que hemos sido.
La considero una obra de juventud, permanentemente postergada, que me propuse acabar siendo ya otro bastante distinto a aquel que la imaginó y la empezó y la retomó a salto de años. Decidí guardarla, en espera de mejor ocasión para revisitarla un año de estos. Me pareció que no poseía la necesaria unidad de estilo que me exijo. Es una obra que se fraguó en momentos y circunstancias demasiado distantes entre sí (tanto temporal como vitalmente). Desde que la empecé hasta terminarla transcurrieron más de 25 años, sin exageración alguna.
La segunda de mis obras es la que verá la luz esta primavera. Se trata de otra novela: Las mujeres imposibles.
Una obra que espero que encuentre algunos miles, no muchos más, de lectores, al menos. También deseo que pueda servir como una aceptable carta de presentación. Ha sido creada con la doble intención de instruir y deleitar, de crear algo que merezca la pena y que a la vez sea apreciado y valioso para un público abierto, amplio… Un público al que no he considerado en menos que a mí. Quiero decir, que he supuesto que aquello que me gusta a mí es muy deseable y esperable que le guste también a muchos otros. Ilusionado con que mi criterio sirva a muchos otros.
Ojalá sea así.
Os hablaré más de ella en otro momento. Y os pondré algún fragmento por aquí.